Dt 4, 32-34.39-40
Rom 8,14-17
Mt 28, 16-20
Hoy celebramos el misterio de Dios, que se nos ha revelado en la historia de la salvación como Trinidad Santísima: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Para contemplar y adorar algo de ese abismo infinito de amor y de comunión que es Dios, nos acercamos con fe a las páginas de la Escritura. La Biblia, en efecto, nos ayuda a superar ciertas especulaciones teológicas, abstractas y teóricas, sobre la Trinidad, y a purificar las imágenes deformadas de Dios que nos hemos ido fabricando a lo largo de la vida. La solemnidad de la Santísima Trinidad es la celebración del Dios que se ha hecho presente en la historia, “eligiendo una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales y prodigios” (Dt 4,34 (primera lectura); es la celebración del Dios que está presente en lo más íntimo del hombre, haciéndolo “templo del Espíritu” e “hijo de Dios” (Rom 8,9.14) (segunda lectura); y, finalmente, es la celebración del Dios presente en la Iglesia, llamada a anunciarlo a todos los pueblos a través de la catequesis, el compromiso de la caridad y los sacramentos (Mt 28,19-20) (evangelio).
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