sábado, 28 de noviembre de 2009

Primer domingo de Adviento


1 lectura: Jeremías 33,14-16. Haré brotar para David un germen justo.

Este texto proviene de la época postexílica, cuando el pueblo, en medio de sufrimientos y desencantos, se preparaba a reconstruir la nación. Su autor es probablemente un discípulo del profeta Jeremías, que con fidelidad y originalidad se toma la responsabilidad de actualizar y encarnar en su tiempo las antiguas palabras de su maestro (cf. Jer 23,5-6) Está convencido que las promesas hechas por el Señor y anunciadas por Jeremías se cumplirán, no solamente para Israel sino también para Judá.
Anuncia la llegada de un tiempo en que el Señor hará surgir un descendiente de David, que practicará y promoverá la justicia en el país. La manifestación divina comenzará por Jerusalén. Antiguamente Jeremías había dado nombre al nuevo germen davídico: “El Señor es nuestra justicia” (Jer 23,6); ahora, en cambio, este mismo nombre no es exclusivo de un monarca humano, sino de toda la ciudad santa de Jerusalén (Jer 33,16).

2 lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2. Consolidad vuestros corazones con la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Hacia el final de su escrito, Pablo recuerda a los tesalonicenses la primacía y la gratuidad de la acción de Dios. Es Dios, en cuanto es amor, el que les hará crecer en el amor mutuo y hacia todos; es Dios, en cuanto es dinamismo de vida, quien los fortalecerá en sus corazones y los santificará, hasta hacerlos irreprochables el Día de la venida del Señor Jesucristo (1Tes 3,12-13). Por su parte, los tesalonicenses tienen que responder a la acción de Dios, viviendo con fidelidad y perseverancia, en conformidad con la palabra de Jesús, en forma tal de agradar en todo a Dios (1Tes 4,1-2).

3 lectura: Lucas 21,25-28.34-36. Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.

El texto tiene dos partes. En la primera se anuncia, con típico lenguaje apocalíptico la venida del Hijo del hombre, lleno de poder y de gloria (vv. 25-28); en la segunda, se exhorta a los cristianos a vigilar con perseverancia ante su inesperada venida.
En la primera parte (vv. 25-28) se describe el final de la historia con el estilo propio de la apocalíptica de la época: señales en los astros y angustia sobre la tierra. Para este género literario y para este pensamiento teológico, estas imágenes expresaban la relatividad e inestabilidad del mundo creado, el cual un día llegará a su final. Para el evangelio, sin embargo, lo decisivo no es tanto el fin de la historia, sino el hecho que ese fin coincide con la venida gloriosa del Señor.
Se habla de él con la expresión bíblica “Hijo del hombre”, que desde el libro de Daniel había ido tomando cada vez más una connotación mesiánica que despertaba grandes expectativas de salvación. Él aparecerá “sobre una nube”, es decir, manifestando su condición trascendente y gloriosa. Para Lucas este final no es sinónimo de catastrofismo, ni equivale a la destrucción del mundo, sino que coincide con el inicio de la verdadera liberación de todas las limitaciones de la condición humana.
De ahí que Lucas deduzca una exhortación a mantener el ánimo y la esperanza firmes. El verdadero sentido de la historia no está en el mal provocado por los hombres, ni en las ruinas de este mundo, ni en un futuro enigmático o lejano. El verdadero sentido está en Cristo, el Hijo del Hombre, que vendrá al final de la historia, pero que desde su muerte y resurrección ha sembrado ya en la tierra de los hombres un germen de vida y de plenitud.
La segunda parte es de tono más exhortativo (vv. 34-36). Jesús invita a vigilar, es decir, a vivir en continua actitud de receptividad amorosa y de respuesta activa al don de la salvación de Dios en Cristo. La plenitud de este don se realizará solamente al final, cuando regrese Cristo con poder y gloria. Por eso el evangelio invita a vivir con profundidad y coherencia evangélica el propio presente, porque aquel “día” llegará de improviso. No se trata de vivir obsesionados y aterrorizados ante el final del mundo, sino de vivir la vida cotidiana en fidelidad a Dios, previniendo aquel momento decisivo. Jesús menciona explícitamente la práctica de la oración incesante (v. 36), hecha en la historia y desde la historia, haciendo que se vuelva actitud de vida, abiertos al futuro absoluto del Dios amor que se ha revelado en la pascua de Cristo.
De Debarim.it

viernes, 27 de noviembre de 2009

Ahora que se acerca el adviento

Maestro: - Por mucho que te esfuerces no lograrás enmendar tu vida ni alcanzar la iluminación más que podrías hacer salir el sol por tus propias fuerzas.
Discípulo: — Entonces, ¿para qué me hacéis practicar tantos ejercicios de penitencia y devoción y estudio y contemplación?
Maestro: — Para que estés despierto cuando salga el sol.

Paradoja eterna del esfuerzo y la gracia. Paradoja bella y cierta, atrayente y desesperante, ayuda permanente y prueba irritante. Hay que hacer todo sabiendo que no sirve para nada. Nadie escala los cielos por sus propias fuerzas. Y no hay que dejarse nada, porque en cualquier momento puede llegar la plenitud de los tiempos, puede llamar el esposo, puede surgir la aurora, y hay que estar despiertos. para recibir el momento de gracia.

La gran virtud cristiana. ¡Vigilad! Estad despiertos. Tened los ojos abiertos. Vivid en contacto con todo lo que os rodea por fuera y os late por dentro. El culto del momento presente, la atención a cosas y . personas tal y como se nos manifiestan en cada instante, el contacto con la realidad de la vida en los sentimientos de nuestro interior y en los mensajes de nuestros sentidos. La vida total en todo momento con la conciencia abierta a todo lo que por dentro y por fuera nos sucede. Eso es contemplación, eso es presencia de Dios, eso es recogimiento, eso es adoración. El sol sale cuando quiere, y nosotros estamos dispuestos en cada momento a saludarlo con la inclinación profunda de nuestra bienvenida. Nace el nuevo día.
CARLOS G. VALLÉS S.J.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Ágora o una ficción malintencionada

(Aceprensa, octubre) Imagínense que hay que explicar con una película la realidad de Estados Unidos a alguien que no sabe nada de historia, de culturas. Y para explicarle cómo es le enseñamos unos planos de unas familias japonesas, entrañables. Luego aparece un avión donde sale un piloto con cara de bruto mascando chicle, y con fotos de playmates pegadas en el salpicadero. Por último vemos cómo ese avión lanza la bomba atómica sobre la ciudad de esas amables familias japonesas. Una vez terminado el cortometraje, se le dice al ignorante espectador: “Ya ves, esto es América”.

Hiroshima existió. Nadie lo duda. Nadie se alegra. Pero el juicio sobre los americanos que se deduce de ese film, ¿es justo? Es una mentira. Aunque Hiroshima sea una verdad.

Esto mismo es lo que sucede con la última película de Amenábar, Ágora: unas bases históricas reales, muchísimo maquillaje y caricatura históricos, para llegar a unas conclusiones completamente equivocadas.

Amenábar vuelve a demostrar que es un grande en el oficio de dirigir películas. Otra cosa es que él decida someter su genio a los imperativos del pensamiento único. Lo más interesante es que Ágora no aparenta ser una película hecha en la era digital, sino que parece que todo decorado es real. La dirección artística es soberbia, y Rachel Weisz hace de Hipatia un personaje memorable. La película es solemne, minuciosa, con un trabajo del sonido espectacular y con unos guiños cosmológicos muy brillantes. Hay mucho cine dentro de Ágora, y por ello es muy fastidioso ver cómo el guión va estropeando la película a medida que avanza.

¿Una película contra la intolerancia?

Ágora es presentada por Amenábar como un film contra la intolerancia. Pero es necesario analizar el marco elegido por el cineasta para su alegato.

El contexto histórico son unos hechos luctuosos perpetrados por cristianos y paganos desmadrados entre los siglos IV y V en Alejandría. Según el historiador de la Iglesia Hubert Jedin, “el suceso más deplorable en el enfrentamiento entre el paganismo y el cristianismo en Egipto fue la muerte de la filósofa pagana Hipatia, que en 415 fue atrozmente asesinada, tras haber sufrido graves injurias, por una chusma fanatizada” (1).

Amenábar carga las tintas, descontextualiza y simplifica al máximo ciertos personajes como San Cirilo o Amonio. Aquellos hechos reprobables se sitúan, por tanto, en el contexto de la confrontación de dos cosmovisiones, de dos culturas, la pagana y la cristiana, y es ahí precisamente donde Amenábar quiere aprovechar para proponer su propia filosofía de la historia: si el paganismo fue luz, el cristianismo es oscuridad; si el paganismo fue progreso, el cristianismo supuso una marcha atrás en la cultura, en la civilización, en la filosofía y en la ciencia.

No es una metáfora caprichosa: en Ágora, los paganos visten de blanco (Hipatia), y los cristianos de gris o de negro (Amonio, Cirilo). A este esquema bipolar, Amenábar añade a lo largo del film una vuelta de tuerca: lo malo no es en realidad el cristianismo, sino cualquier concepción teológica. Ya sean los dioses paganos o el Dios cristiano y judío: la religión oscurece la razón, desprecia a la filosofía y frena la ciencia y el progreso. Frente al escepticismo que genera ver tanta guerra de religión en un kilómetro cuadrado, Hipatia declara: “Yo creo en la Filosofía”.

El cristianismo como verdugo de la cultura

Y ahí reside la relevancia de Ágora, que bajo el envoltorio de una película histórica, propone un juicio muy negativo sobre el valor actual de las religiones en general y del cristianismo en particular. Desmentir esa afirmación precisaría de una biblioteca como la de Alejandría, para documentar someramente lo que el cristianismo ha aportado al progreso de la cultura, del arte, de la ciencia, del derecho, de la filosofía, de la política, de las relaciones internacionales... Pero dicha biblioteca sería insuficiente para ilustrar lo que el cristianismo ha supuesto para el “progreso” personal de millones y millones de hombres y mujeres concretos a lo largo del mundo y de la historia: el “progreso” que viene de encontrarse con Jesús, que promete sin rubor satisfacer los deseos del corazón del hombre.

Esto en Ágora no se intuye ni de lejos. Los cristianos que aparecen son bárbaros, fanáticos, misóginos, violentos y muy visionarios. Y los dos “buenos” cristianos que vemos, Sinesio y Davo, se van contaminando a lo largo del film del oscurantismo circundante.

Quien encarna las características de una antropología cristiana –caridad, benevolencia, serenidad, tolerancia, insobornabilidad, castidad, fraternidad universal, igualdad– es la pagana Hipatia, un personaje que Amenábar vuelve fascinante, ideal de virtud, y dechado de inteligencia y humanidad. Hipatia se propone como una santa laica de las que tanto están de moda.

Un primer argumento a favor del “retroceso” cristiano que se puede desprender de Ágora es el de la inmoralidad de aquel grupo de cristianos pendencieros, que aparecen capitaneados por un san Cirilo cruel y maquiavélico. Ciertamente hay muchos episodios en la historia de la Iglesia por los que un cristiano no se siente orgulloso. Así ha sido siempre y así será, porque la Iglesia la forman pecadores. Incluso los Papas han pedido a veces perdón por errores del pasado. La conciencia del mal y del pecado es tan clara en el seno de la Iglesia que esta instituyó en sus mismos orígenes el sacramento de la penitencia y del perdón. Que se sepa ninguna organización, asociación o partido cuenta con una institución como la confesión, con lo que quizá habría que concluir que nadie como los cristianos tiene tanta conciencia del propio pecado.

Fe contra razón

Más importante en Ágora es el conflicto soterrado –¿incompatibilidad?– que plantea entre razón y fe, entre ciencia y religión. No este el lugar tampoco para explicar y aclarar que la fe es la amiga más fiel de la razón, que lo que Amenábar y tantos otros llaman fe, no es más que una superstición visionaria y esclerótica que nada tiene que ver con el cristianismo. Bastaría con que leyeran algo, por ejemplo la Fides et ratio, para comprender que la fe no es enemiga ni de la ciencia, ni del progreso, ni mucho menos de la razón.

Siempre habrá energúmenos entre las filas de los creyentes, pero que sólo son representativos de su propia equivocación. En este sentido, el magnífico homenaje que Amenábar brinda en este film a la ciencia antigua, y muy en especial a la astronomía, es un homenaje a la razón que cualquier espectador cristiano disfrutará como propio, aunque Amenábar parezca querer oponerlo a los intereses “reducidos” de los cristianos (2).

Por todas estas razones es imposible que un cristiano pueda sentirse históricamente reconocido en la propuesta cinematográfica de Amenábar, muy lastrada por tópicos, prejuicios, esquemas ideológicos y leyendas negras.

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NOTAS

(1) Hubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, vol. II, Herder, Barcelona, 1990, p. 259.

(2) No hay que olvidar que una figura de la talla intelectual de San Agustín es contemporáneo de Hipatia. Ni que el siguiente paso de gigante en la astronomía fue obra de Nicolás Copérnico en el siglo XV, dentro de una cultura de matriz cristiana. Los que creen que la ciencia se interrumpió durante los “oscuros siglos medievales” harían bien en informarse sobre Robert Grosseteste, Alberto Magno, Roger Bacon, Jean Buridan, Nicolás Oresme...

sábado, 14 de noviembre de 2009

Domingo XXXIII ciclo B

Daniel 12,1-3
Hebreos 10,11-14.18
Marcos 13,24-32


El cristiano vive en la historia con la esperanza del regreso del Señor, el cual coincide con la renovación radical de este mundo. Las lecturas bíblicas de hoy se refieren a ese final de plenitud y de vida hacia el que nos encaminamos. El Nuevo Testamento habla a menudo del final del mundo y del quehacer humano, pero no como destrucción, sino como encuentro con Jesús, Señor y Juez de la humanidad. Mientras esperamos la segunda venida del Señor, vivimos con alegre confianza y con serena vigilancia, acogiendo el reino de Dios en el hoy de cada día.

La primera lectura (Dan 12,1-3) está tomada del libro de Daniel, escrito en el siglo II en la época de la revolución macabea. En él, como en todo escrito apocalíptico, se concibe la historia humana como una lucha continua entre dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal, la luz y las tinieblas, Dios y las fuerzas que obstaculizan su proyecto. En el texto de hoy se habla desde la perspectiva del final escatológico, en donde como conclusión de la historia se asegura el triunfo del bien y de las fuerzas divinas. Los elegidos de Dios, a pesar de las dificultades y sufrimientos que acompañarán la crisis escatológica, alcanzarán la salvación (v. 1). El mundo divino, representado por Miguel, “el gran príncipe” (v. 1) protector de Israel, hace irrupción en la historia para realizar el plan de Dios. El v. 2 introduce el tema de la resurrección de los muertos: “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán” (v. 2a). Se trata probablemente de uno de los textos bíblicos más antiguo en que se afirma la vida después de la muerte (cf. Is 26,19). Estos que “despertarán” son en primer lugar los mártires, que han preferido la muerte con tal de no ser infieles a Dios; aunque también se despertarán otros “para la vergüenza, para el castigo eterno” (v. 2b). Se trata de los enemigos, de aquellos que se han opuesto al plan divino, los cuales serán condenados. En cambio “los sabios”, los que han sabido elegir el bien y la voluntad divina, poniéndola en práctica y enseñándola a otros hasta dar la vida, “brillarán como el esplendor en el firmamento... como estrellas por toda la eternidad” (v. 3).

La segunda lectura (Heb 10,11-14.18) retoma una vez más la reflexión en torno a Jesucristo como Sumo Sacerdote. El autor de la carta compara el antiguo sacerdocio judío, que se ejercitaba en el Templo de Jerusalén, con el de Cristo, que se realiza en el cielo. Se habla de la superación por parte de Cristo del sistema de los sacrificios de la antigua alianza, basándose en el contraste entre impotencia y fuerza, pecado y perdón, pena y salvación eterna.

El evangelio (Marcos, 13-24-32) pertenece al llamado discurso escatológico de Jesús en el evangelio de Marcos. El texto que se proclama hoy constituye su parte central. Es un texto difícil y oscuro en muchas de sus afirmaciones. Sin embargo es claro que el tema fundamental no es el fin del mundo, sino la venida del Hijo del Hombre. El texto es fuertemente cristológico. No obstante la oscuridad de algunos versículos, también es claro que la intención principal de todo el discurso es tranquilizar a la comunidad cristiana, turbada y temerosa.