viernes, 14 de enero de 2011

Domingo II del tiempo ordinario

  • Primera lectura  Is 49, 3. 5-6  “Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación”.
  • Salmo  39  “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
  • Segunda lectura 1Co 1, 1-3 “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesús sean con vosotros”. 
  • Evangelio Jn 1, 29-34 “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús es hijo y cordero que se entrega”.
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea  manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».

Para situar el Evangelio

El pasado domingo, con el Bautismo del Señor, dábamos por acabado el tiempo de Navidad. Pero el  Evangelio de este domingo tiene continuidad con los de las dos fiestas anteriores: es el tercer “cuadro” de un “tríptico” que empezaba con la fiesta de “Navidad”, Epifanía y que continua con el “Bautismo del Señor”.
Son ‘cuadros’, estos tres evangelios, que ‘pintan’ a un Jesús manifestándose como el “Hijo de Dios”... o el “Cordero de Dios”. De hecho, este texto es el paralelo joánico a los relatos del Bautista que hacen los otros evangelistas.
En el texto del evangelista Juan aparece el otro Juan, el Bautista, como testigo enviado por Dios: Dios envió un hombre que se llamaba Juan. Vino como testigo, a dar testimonio de la luz, para que por él todo el mundo creyera (Jn 1, 6-7).

Para fijarnos en el Evangelio
Jesús aparece “viniendo” hacia Juan Bautista, que representa las esperanzas de Israel. Es la primera
aparición de Jesús en este evangelio. Jesús, que “viene”, da cumplimiento a las prometidas de Dios (Is 40,10). “Viene” a hacer realidad que el dominio del pecado será desechado del mundo cómo había  anunciado el profeta Isaías (Is 40,2). El evangelista destaca al Bautista como testigo enviado por Dios. Primero ha sido instrumento humilde para que “él se manifestara en Israel”. Ahora da testimonio, lo muestra
a todo el mundo que quiera “mirar”. Hace falta “mirar” a Jesús (Jn 1,29.35) e ir a vivir con él (Jn 1,39.46)  para conocerlo (Jn 1,26; 8,19; 10,14; 14,7ss; 17,3), estimarlo-amarlo (Jn 14,15.21ss; 16,27; 21,15ss) y seguirlo (Jn 1,37ss; 1,43; 8,12; 10,4.27; 12,26; 21,19.22). El testimonio del Bautista acerca de Jesús es claro reconocimiento de la superioridad del Mesías: Jesús es anterior a Juan: “Está por delante de mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30;1,1). Le supera en dignidad, ya que Juan no merece desatar la correa de su
sandalia (Mc 1,7); Juan bautiza sólo en agua (Jn 1,3 1 -1 Mc 1,8); Jesús “ha de bautizar con Espíritu Santo” (Jn 1,33); Jesús es el novio, al que pertenece la esposa, mientras Juan sólo es el amigo del novio (Jn 3,29).
Y, como se dice hoy, Juan llama a la conversión de los pecados (Lc 3,3), mientras Jesús es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

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