- Primera lectura: Dt 8, 2-3. 14b-16a. “Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres”.
- Salmo 147: “Glorifica al Señor, Jerusalén”.
- Segunda lectura: 1Co 10, 16-17. “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo”.
- Evangelio: Jn 6, 51-58. “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».VER
Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
En el momento del “Ver” del tema 3 del Itinerario de Formación Cristiana de Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo”, una de las preguntas es: “¿En qué suelen poner su felicidad las personas de mi propio ambiente o de la sociedad en general? Aporta un hecho concreto”. Y uno de los participantes apuntó que, para sus padres, la felicidad era poder reunir todos los domingos a su familia, hijos y nietos, para comer juntos, ya que con la “excusa” de estar con los padres también se relacionaban entre ellos, compartiendo no sólo el alimento sino “la vida”, lo trivial y los temas serios... Y que esa reunión familiar hacía que los lazos entre ellos fuesen muy estrechos.
JUZGAR
La semana pasada, con la fiesta de la Santísima Trinidad, poníamos el ejemplo de la Familia Dios, integrada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que estábamos invitados a formar parte de esa Familia de un modo íntimo, pleno. Y hoy, en esta solemnidad de Corpus Christi, podemos ver que la felicidad de la Familia Dios, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es reunirnos en torno a su mesa para compartir nuestra vida: «El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí». Y en estas palabras empezamos a vislumbrar que su objetivo es que lleguemos a la mayor intimidad, y para llegar a esa intimidad profunda, el Hijo se hace alimento: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Y ante estas palabras, es lógico que nos surja la misma pregunta que se hicieron los judíos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Es una de las grandes cuestiones de la que la reflexión teológica ha dado razones a lo largo de la historia. Pero, como en el caso de la Santísima Trinidad, nos encontramos ante una cuestión experiencial más que ante una cuestión filosófico-teológica.
De ahí que Jesús no responda directamente a esa pregunta, porque lo más importante no es el “cómo”, sino el significado y las consecuencias de esa experiencia de “comerle a Él”: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre... si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día». La felicidad de Dios es que comamos con Él, que “le comamos”, para poder resucitar y vivir eternamente con Él.
Y desde esta experiencia de encuentro íntimo y profundo, se irán estrechando nuestros lazos, no sólo con la Familia Dios, sino también con la gran familia de Dios que es la Iglesia. Porque como hemos escuchado en la 2ª lectura, comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo no sólo repercute en nosotros individualmente: «El cáliz... ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan... ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan». Y ahí también está nuestra felicidad.
ACTUAR
Podemos hoy hacernos la pregunta del principio: ¿En qué suelo poner mi felicidad? ¿Qué lugar ocupa Dios? ¿Qué lugar ocupa la participación en la mesa de Dios? ¿Soy consciente de lo que significa la Eucaristía, de las consecuencias de comer el Cuerpo de Cristo y beber Su Sangre, tanto para mí individualmente, como para el conjunto de la Iglesia? ¿Eso me hace feliz?
Al comenzar la celebración hemos dicho en la oración colecta: “Te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención”. Y la 1ª lectura nos decía: «Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer... No sea que te olvides del Señor tu Dios». Recordemos hoy que la felicidad de Dios es que nos reunamos con Él y compartamos su mesa. Que no se nos olvide, que nunca faltemos a este sagrado convite, que lo vivamos en comunidad, sintiéndonos unidos como Iglesia, en familia, para tener vida en nosotros, ya ahora, y un día vida eterna, la mayor felicidad que podemos aspirar y a la que estamos llamados porque Dios mismo nos invita.