1 lectura: Jeremías 33,14-16. Haré brotar para David un germen justo.
Este texto proviene de la época postexílica, cuando el pueblo, en medio de sufrimientos y desencantos, se preparaba a reconstruir la nación. Su autor es probablemente un discípulo del profeta Jeremías, que con fidelidad y originalidad se toma la responsabilidad de actualizar y encarnar en su tiempo las antiguas palabras de su maestro (cf. Jer 23,5-6) Está convencido que las promesas hechas por el Señor y anunciadas por Jeremías se cumplirán, no solamente para Israel sino también para Judá.
Anuncia la llegada de un tiempo en que el Señor hará surgir un descendiente de David, que practicará y promoverá la justicia en el país. La manifestación divina comenzará por Jerusalén. Antiguamente Jeremías había dado nombre al nuevo germen davídico: “El Señor es nuestra justicia” (Jer 23,6); ahora, en cambio, este mismo nombre no es exclusivo de un monarca humano, sino de toda la ciudad santa de Jerusalén (Jer 33,16).
Este texto proviene de la época postexílica, cuando el pueblo, en medio de sufrimientos y desencantos, se preparaba a reconstruir la nación. Su autor es probablemente un discípulo del profeta Jeremías, que con fidelidad y originalidad se toma la responsabilidad de actualizar y encarnar en su tiempo las antiguas palabras de su maestro (cf. Jer 23,5-6) Está convencido que las promesas hechas por el Señor y anunciadas por Jeremías se cumplirán, no solamente para Israel sino también para Judá.
Anuncia la llegada de un tiempo en que el Señor hará surgir un descendiente de David, que practicará y promoverá la justicia en el país. La manifestación divina comenzará por Jerusalén. Antiguamente Jeremías había dado nombre al nuevo germen davídico: “El Señor es nuestra justicia” (Jer 23,6); ahora, en cambio, este mismo nombre no es exclusivo de un monarca humano, sino de toda la ciudad santa de Jerusalén (Jer 33,16).
2 lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-4,2. Consolidad vuestros corazones con la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Hacia el final de su escrito, Pablo recuerda a los tesalonicenses la primacía y la gratuidad de la acción de Dios. Es Dios, en cuanto es amor, el que les hará crecer en el amor mutuo y hacia todos; es Dios, en cuanto es dinamismo de vida, quien los fortalecerá en sus corazones y los santificará, hasta hacerlos irreprochables el Día de la venida del Señor Jesucristo (1Tes 3,12-13). Por su parte, los tesalonicenses tienen que responder a la acción de Dios, viviendo con fidelidad y perseverancia, en conformidad con la palabra de Jesús, en forma tal de agradar en todo a Dios (1Tes 4,1-2).
3 lectura: Lucas 21,25-28.34-36. Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
El texto tiene dos partes. En la primera se anuncia, con típico lenguaje apocalíptico la venida del Hijo del hombre, lleno de poder y de gloria (vv. 25-28); en la segunda, se exhorta a los cristianos a vigilar con perseverancia ante su inesperada venida.
En la primera parte (vv. 25-28) se describe el final de la historia con el estilo propio de la apocalíptica de la época: señales en los astros y angustia sobre la tierra. Para este género literario y para este pensamiento teológico, estas imágenes expresaban la relatividad e inestabilidad del mundo creado, el cual un día llegará a su final. Para el evangelio, sin embargo, lo decisivo no es tanto el fin de la historia, sino el hecho que ese fin coincide con la venida gloriosa del Señor.
Se habla de él con la expresión bíblica “Hijo del hombre”, que desde el libro de Daniel había ido tomando cada vez más una connotación mesiánica que despertaba grandes expectativas de salvación. Él aparecerá “sobre una nube”, es decir, manifestando su condición trascendente y gloriosa. Para Lucas este final no es sinónimo de catastrofismo, ni equivale a la destrucción del mundo, sino que coincide con el inicio de la verdadera liberación de todas las limitaciones de la condición humana.
De ahí que Lucas deduzca una exhortación a mantener el ánimo y la esperanza firmes. El verdadero sentido de la historia no está en el mal provocado por los hombres, ni en las ruinas de este mundo, ni en un futuro enigmático o lejano. El verdadero sentido está en Cristo, el Hijo del Hombre, que vendrá al final de la historia, pero que desde su muerte y resurrección ha sembrado ya en la tierra de los hombres un germen de vida y de plenitud.
La segunda parte es de tono más exhortativo (vv. 34-36). Jesús invita a vigilar, es decir, a vivir en continua actitud de receptividad amorosa y de respuesta activa al don de la salvación de Dios en Cristo. La plenitud de este don se realizará solamente al final, cuando regrese Cristo con poder y gloria. Por eso el evangelio invita a vivir con profundidad y coherencia evangélica el propio presente, porque aquel “día” llegará de improviso. No se trata de vivir obsesionados y aterrorizados ante el final del mundo, sino de vivir la vida cotidiana en fidelidad a Dios, previniendo aquel momento decisivo. Jesús menciona explícitamente la práctica de la oración incesante (v. 36), hecha en la historia y desde la historia, haciendo que se vuelva actitud de vida, abiertos al futuro absoluto del Dios amor que se ha revelado en la pascua de Cristo.
Hacia el final de su escrito, Pablo recuerda a los tesalonicenses la primacía y la gratuidad de la acción de Dios. Es Dios, en cuanto es amor, el que les hará crecer en el amor mutuo y hacia todos; es Dios, en cuanto es dinamismo de vida, quien los fortalecerá en sus corazones y los santificará, hasta hacerlos irreprochables el Día de la venida del Señor Jesucristo (1Tes 3,12-13). Por su parte, los tesalonicenses tienen que responder a la acción de Dios, viviendo con fidelidad y perseverancia, en conformidad con la palabra de Jesús, en forma tal de agradar en todo a Dios (1Tes 4,1-2).
3 lectura: Lucas 21,25-28.34-36. Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
El texto tiene dos partes. En la primera se anuncia, con típico lenguaje apocalíptico la venida del Hijo del hombre, lleno de poder y de gloria (vv. 25-28); en la segunda, se exhorta a los cristianos a vigilar con perseverancia ante su inesperada venida.
En la primera parte (vv. 25-28) se describe el final de la historia con el estilo propio de la apocalíptica de la época: señales en los astros y angustia sobre la tierra. Para este género literario y para este pensamiento teológico, estas imágenes expresaban la relatividad e inestabilidad del mundo creado, el cual un día llegará a su final. Para el evangelio, sin embargo, lo decisivo no es tanto el fin de la historia, sino el hecho que ese fin coincide con la venida gloriosa del Señor.
Se habla de él con la expresión bíblica “Hijo del hombre”, que desde el libro de Daniel había ido tomando cada vez más una connotación mesiánica que despertaba grandes expectativas de salvación. Él aparecerá “sobre una nube”, es decir, manifestando su condición trascendente y gloriosa. Para Lucas este final no es sinónimo de catastrofismo, ni equivale a la destrucción del mundo, sino que coincide con el inicio de la verdadera liberación de todas las limitaciones de la condición humana.
De ahí que Lucas deduzca una exhortación a mantener el ánimo y la esperanza firmes. El verdadero sentido de la historia no está en el mal provocado por los hombres, ni en las ruinas de este mundo, ni en un futuro enigmático o lejano. El verdadero sentido está en Cristo, el Hijo del Hombre, que vendrá al final de la historia, pero que desde su muerte y resurrección ha sembrado ya en la tierra de los hombres un germen de vida y de plenitud.
La segunda parte es de tono más exhortativo (vv. 34-36). Jesús invita a vigilar, es decir, a vivir en continua actitud de receptividad amorosa y de respuesta activa al don de la salvación de Dios en Cristo. La plenitud de este don se realizará solamente al final, cuando regrese Cristo con poder y gloria. Por eso el evangelio invita a vivir con profundidad y coherencia evangélica el propio presente, porque aquel “día” llegará de improviso. No se trata de vivir obsesionados y aterrorizados ante el final del mundo, sino de vivir la vida cotidiana en fidelidad a Dios, previniendo aquel momento decisivo. Jesús menciona explícitamente la práctica de la oración incesante (v. 36), hecha en la historia y desde la historia, haciendo que se vuelva actitud de vida, abiertos al futuro absoluto del Dios amor que se ha revelado en la pascua de Cristo.
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