Daniel 12,1-3
Hebreos 10,11-14.18
Marcos 13,24-32
El
cristiano vive en la historia con la esperanza del regreso del Señor, el cual
coincide con la renovación radical de este mundo. Las lecturas bíblicas de hoy
se refieren a ese final de plenitud y de vida hacia el que nos encaminamos. El
Nuevo Testamento habla a menudo del final del mundo y del quehacer humano, pero
no como destrucción, sino como encuentro con Jesús, Señor y Juez de la
humanidad. Mientras esperamos la segunda venida del Señor, vivimos con alegre
confianza y con serena vigilancia, acogiendo el reino de Dios en el hoy de cada
día.
La
primera lectura (Dan
12,1-3) está tomada del libro de Daniel, escrito en el siglo II en la
época de la revolución macabea. En él, como en todo escrito apocalíptico, se
concibe la historia humana como una lucha continua entre dos fuerzas
antagónicas: el bien y el mal, la luz y las tinieblas, Dios y las fuerzas que
obstaculizan su proyecto. En el texto de hoy se habla desde la perspectiva del
final escatológico, en donde como conclusión de la historia se asegura el
triunfo del bien y de las fuerzas divinas.
Los elegidos de Dios, a pesar de las dificultades y sufrimientos que acompañarán
la crisis escatológica, alcanzarán la salvación (v. 1). El mundo divino,
representado por Miguel, “el gran príncipe” (v. 1) protector de Israel, hace
irrupción en la historia para realizar el plan de Dios. El v. 2 introduce el
tema de la resurrección de los muertos: “muchos de los que duermen en el polvo
de la tierra se despertarán” (v. 2a). Se trata probablemente de uno de los
textos bíblicos más antiguo en que se afirma la vida después de la muerte (cf.
Is 26,19). Estos que “despertarán” son en primer lugar los mártires, que han
preferido la muerte con tal de no ser infieles a Dios; aunque también se
despertarán otros “para la vergüenza, para el castigo eterno” (v. 2b). Se trata
de los enemigos, de aquellos que se han opuesto al plan divino, los cuales
serán condenados. En cambio “los sabios”, los que han sabido elegir el bien y
la voluntad divina, poniéndola en práctica y enseñándola a otros hasta dar la
vida, “brillarán como el esplendor en el firmamento... como estrellas por toda
la eternidad” (v. 3).
La
segunda lectura (Heb
10,11-14.18) retoma una vez más la reflexión en torno a Jesucristo como
Sumo Sacerdote. El autor de la carta compara el antiguo sacerdocio judío, que
se ejercitaba en el Templo de Jerusalén, con el de Cristo, que se realiza en el
cielo. Se habla de la superación por parte de Cristo del sistema de los
sacrificios de la antigua alianza, basándose en el contraste entre impotencia y
fuerza, pecado y perdón, pena y salvación eterna.
El
evangelio (Marcos,
13-24-32) pertenece al llamado discurso escatológico de Jesús en el
evangelio de Marcos. El texto que se proclama hoy constituye su parte central.
Es un texto difícil y oscuro en muchas de sus afirmaciones. Sin embargo es
claro que el tema fundamental no es el fin del mundo, sino la venida del Hijo
del Hombre. El texto es fuertemente cristológico. No obstante la oscuridad de
algunos versículos, también es claro que la intención principal de todo el
discurso es tranquilizar a la comunidad cristiana, turbada y temerosa.
Las
imágenes que se utilizan son típicas de la literatura apocalíptica: la figura
del Hijo del Hombre, tomada del libro de Daniel; la descripción de grandes
cataclismos, que indican una pronta y decisiva intervención de Dios; la imagen
de los ángeles; los símbolos cósmicos (tierra, cielo, los cuatro vientos); etc.
En los escritos apocalípticos era fundamental el uso de los símbolos. Por una
parte era algo que se imponía al hablar de realidades que escapaban al control
del hombre; por otra, con los símbolos se creaba una atmósfera misteriosa y
enigmática que intentaba impactar al lector.
Es
importante tener en cuenta que en un texto apocalíptico, como en el caso de
Marcos 13, el lenguaje metafórico no se refiere a acontecimientos
histórico-cósmicos. El oscurecimiento del sol, la caída de las estrellas, el
desvanecimiento de la bóveda celeste, etc., son imágenes que intentan revelar
una verdad más profunda. En los libros apocalípticos los cataclismos cósmicos
son símbolo de la intervención de Dios en la historia, sobre todo en relación
con el juicio divino sobre la humanidad. En esta óptica hay que interpretar la
venida del Hijo del Hombre, que viene “entre nubes con gran poder y gloria” (v.
26) para un juicio de salvación en favor de todos los que lo han aceptado y han
vivido según el proyecto de Dios. Cuando Marcos dice que el Hijo del Hombre
escogerá a “sus elegidos” esparcidos por todo el orbe de la tierra (v. 27),
obviamente está pensando en la comunidad cristiana.
Pero
mientras vuelve el Señor, ¿cómo deben comportarse los cristianos? Deben vivir
en actitud de vigilancia y de discernimiento.
La parábola de la higuera (vv. 28-29) es precisamente una invitación a
velar y a discernir los signos de los tiempos. Cuando las ramas de la higuera
se ponen tiernas y brotan sus hojas se puede decir que “se acerca el verano”
(v. 28). El término de comparación es justamente “estar cerca”. Contra los
falsos profetas y la gente alarmista que quisieran y anuncian como inminente el
fin del mundo, Jesús afirma que “estas cosas”, es decir, las diversas
intervenciones de Dios en la historia representadas de los símbolos cósmicos,
anuncian sólo la cercanía del final. Un final que será siempre cercano a cada
generación, es decir, a la generación del lector de todo tiempo y lugar. Con
razón dice Jesús, “no pasará esta generación sin que todo esto suceda”.
Al
final Jesús hace una afirmación importante: “El cielo y la tierra pasarán” (v.
30). Es decir, la historia y todo el camino de la humanidad tendrá un final. El
actuar histórico del hombre no tiene carácter de eternidad. El mundo que el
hombre construye con tanto afán no tiene un desarrollo indefinido, sino que
llegará a su fin. Y un fin que no es simplemente natural. Es un límite y un
final impuesto, querido por Dios, y que coincide con el regreso del Señor y la
revelación definitiva del Reino que ya ha comenzado a obrar en medio de
nosotros.
El cristiano sabe, sin embargo, que ese final es un final
gozoso. El llamado “fin del mundo” no es una destrucción absoluta y despótica
de parte de Dios. La Biblia no habla de una catástrofe que pulverizará el
cosmos, la humanidad y todas las conquistas del hombre. Es más bien la
realización de una esperanza. Lo importante es orientar bien el “hacer” de cada
día y la marcha de la historia. Si el “hacer” ha sido bueno la alegría final
será infinita, cuando veamos al mismo Hijo del Hombre que ahora amamos y
buscamos con humildad en medio de la oscuridad de la fe. Entonces nuestro
“hacer” será elevado a una plenitud sin límites. Jesús ha hablado de su segunda
venida, y “sus palabras no pasarán” (v. 31).
Hay un último aspecto importante que aparece en nuestro texto.
Es con relación al momento en que ocurrirá este final. Jesús es claro: “En
cuanto al día aquel y a la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni
el Hijo, sino sólo el Padre” (v. 32). La palabra definitiva sobre la historia
será dicha por Dios solamente. El fin del mundo no es en ninguna manera
predecible. Nadie puede saberlo, sólo Dios que es Señor y Creador de todo. Los
alarmismos y los miedos que algunas personas esparcen con relación al fin del
mundo no tienen ningún fundamento bíblico. Primero, porque nadie lo puede
saber. Jesús mismo deja en las manos del Padre el misterio del final. Y
segundo, porque el fin del mundo no puede ser causa de terror para los que
creen en Jesús. El nuevo mundo no será construido sobre las cenizas de éste,
sino a través de una acción divina que transformará todo llevándolo a una
infinita plenitud.
Jesús dice explícitamente que a él no le interesa conocer “el
día y la hora” de este “final” de la creación. El presente de cada día es, en
cambio, la semilla de donde tendrá que nacer el árbol maravilloso del Reino.
Comprometernos a construir un mundo más humano, más justo, más fraterno y
pacífico, significa comenzar ya a construir aquel futuro que está por llegar.
El hecho de conocer la meta es una fuente inagotable de esperanza y de sentido
para toda la humanidad.
Toma de debarim
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