Estamos de fiesta y hoy ha amanecido con lluvia, viento y, como no, frío. No es el mejor clima para estar de fiesta. Sin embargo, lo importante de la fiesta patronal no se ve afectado por el clima. Festejar, celebrar, alegrarse por la fe compartida, por el testimonio de S. Antonio Abad que nos invita a ser mejores seguidores de Cristo como él lo fue. Su vida, su biografía nos muestra que es posible tomar las decisiones adecuadas para salvaguardar lo más precioso que hay en nosotros, una identidad, unos valores, una confianza que nos permite afrontar lo mejor y lo peor de la vida sin perder la esperanza, es más, dispuestos a cambiar la historia de la formamos parte, una relación con Jesucristo que fundamenta y hace posible todo eso...
Pero toda fiesta tiene sus excesos. Hoy toca traslado y eso parece haber inducido a algunos a confundir tradición y costumbre con malas costumbres. Hay quien piensa que estar de fiesta lo justifica todo, incluso molestar a los demás cuando no quieren ser molestados. No me parece, por muchas vueltas que le doy, que eso coincida con el estilo de nuestro patrono. Estar de fiesta es una cosa, pero hacer juerga toda la noche molestando a los vecinos no es una tradición, ni siquiera una costumbre, más bien una mala costumbre. Si no sabemos distinguir la diferencia, mal andamos de sentido común. La autoridad pública, en quien los ciudadanos hemos depositado la tarea de dirimir estas cuestiones, debería poner límites a esa mala costumbre, es su trabajo y no lo han hecho muy bien que digamos.
Por nuestra parte, como ciudadanos haríamos bien en no reir la gracia de quien encuentra divertido la juerga y molestar a los demás adrede y sin ton ni son. Por lo demás compadecernos de quien no tiene suficientes luces como para poner el respeto al prójimo por encima de sus ganas de juerga. Eso no es divertido y mucho menos muestra devoción alguna al santo, más bien desprecio e ignorancia de lo que para él era importante de verdad.
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